jueves. 28.03.2024
VIVENCIAS OLÍMPICAS

La mejor escuela de periodismo

Su larga experiencia en la cobertura de Juegos Olímpicos -desde Barcelona'92 a Londres'12- le permite hablar con autoridad. Para Natalia Arriaga, periodista de la Agencia EFE, son la mejor escuela de periodismo práctico. Una experiencia profesional tan fascinante como exigente.

Soy de la opinión de que todo periodista debería cubrir al menos una vez en su vida unos Juegos Olímpicos. Me refiero a todo tipo de periodista: el deportivo, por supuesto, pero también el que trabaja en las secciones de Economía, Política, Sociedad o Cultura. Para ello tiene que contar, claro, con el respaldo de su empresa. Pero cualquier responsable de un medio de comunicación tendría que saber que para sus redactores, sobre todo para los jóvenes, no hay mejor escuela de periodismo práctico que la cobertura de unos Juegos. 

He tenido la suerte de que mis sucesivos directores en la Agencia Efe hayan confiado en mí para cubrir todos los Juegos celebrados desde Barcelona'92. Si no surge ningún imprevisto, estaré también el próximo verano en Río. Pese a esta larga experiencia, afronto la siguiente edición con las ganas de siempre y con un punto de nerviosismo, porque los Juegos son, por definición, imprevisibles. Y eso es lo que más me gusta del periodismo: lo que no está en la agenda, lo que nadie espera, lo que te obliga a improvisar.  

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(Fotos: Archivo personal de Natalia Arriaga)

Cuando se prepara una cobertura olímpica, lo ideal sería contar con al menos un redactor para seguir cada deporte. Nada más lejos de la realidad. En Efe solemos viajar con un equipo en torno a las treinta-cuarenta personas, entre redactores, fotógrafos, técnicos, cámaras... y a menudo un mismo periodista debe asumir múltiples funciones. Personalmente, suelo atender específicamente un deporte -en las últimas ediciones ha sido la gimnasia-, sigo la información que genera el Comité Olímpico Internacional, asisto a ruedas de prensa, hago entrevistas, escribo reportajes y colaboro en la edición de las informaciones. En nuestra pequeña redacción del Centro Principal de Prensa (MPC) no hay jerarquías: el redactor novato puede cubrir una comparecencia de Usain Bolt mientras el redactor jefe actualiza el medallero (tediosa pero ineludible tarea), al tiempo que un periodista veterano se juega el físico para hacerse hueco en la zona mixta. Nadie es más que nadie. 

Emocionalmente, creo que en los Juegos no hay nada comparable a cubrir un deporte en el que destaca el equipo local. Tuve el privilegio de seguir la natación en los Juegos de Sídney y todavía siento un escalofrío al recordar la locura que se desataba en las gradas cuando se tiraba a la piscina Ian Thorpe. No digamos cuando el relevo australiano 4x100 libre, también con Thorpe, ganó la medalla de oro al de Estados Unidos por 19 centésimas de segundo. Mientras escribo mis crónicas, me gusta dejarme llevar por esa emoción colectiva. Lo que pierdes en concentración lo ganas en autenticidad. Me encanta que la información tenga sentimientos, que se note que estás en el sitio. A todos nos ha tocado escribir una crónica después de ver un partido por televisión y nos puede salir informativamente impecable, pero siempre carecerá de alma.

El MPC es un maravilloso lugar para trabajar. Convives durante tres semanas con 10.000 periodistas de todo el planeta, todos queriendo contar la misma historia, pero todos queriendo contarla de forma diferente. No hay turnos, no hay horarios, no hay descanso... aunque, sinceramente, no es raro ver en la mesa de al lado a un colega echando una cabezada encima del teclado. En los Juegos de Barcelona hice amigos que aún conservo, pese a que solo los veo cada cuatro años. La oficina de Efe siempre se convierte en punto de encuentro para los compañeros iberoamericanos, que paran por allí para contrastar una información, compartir charla o dejar sus equipos a buen recaudo. Con el paso de los días, ellos forman parte de nuestro grupo.

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Otro escenario que me fascina es la zona mixta de los estadios, ese espacio destinado al contacto entre deportistas y prensa cuando concluye la competición. Puede ser una selva, si hay 200 periodistas que quieren hablar con el mismo atleta. O un rincón para la intimidad, el cariño, incluso para el consuelo, si tienes una relación muy estrecha con el deportista. He visto a compañeros contagiarse de las lágrimas de los derrotados y a otros terminar sus entrevistas con un abrazo. Estuve en las tres medallas olímpicas de Gervasio Deferr en gimnasia y en todas las ocasiones los redactores españoles que seguíamos la competición celebramos el triunfo como algo nuestro. 

Los Juegos son tan fascinantes como exigentes para el periodista. Puedes llegar a ellos como especialista, por ejemplo, en judo, y encontrarte de pronto delante del director de cine Carlos Saura (me pasó en Barcelona), el portavoz del FBI (en Atlanta, tras la bomba) o la modelo Elle Macpherson (en Sídney). Tienes que estar preparado para todo. Diecisiete días de competición sin bajar la guardia, porque el día que la bajas te estrellas. En Sídney, una mañana me dejé la acreditación en mi habitación y perdí mucho tiempo mientras volvía a buscarla. Esto me hizo llegar tarde a las series matinales de natación y perderme una de las mejores historias de los Juegos, la del nadador ecuatoguineano Éric Moussambani. Me enciendo cada vez que veo las imágenes de aquella carrera. Moussambani tardó unos interminables 1:52.72 en cubrir los 100 metros, pero más tardé yo, que no llegué nunca.

También recordamos en Efe -entre risas, la verdad- esa noche en Atenas en que nos fuimos todos a cenar tras dar por cerrado el último partido de tenis de la jornada, sin percatarnos de que debía jugarse un tercer set. Alguno se quedó sin postre para enmendar el error.

No puedo dejar de celebrar que, gracias a los Juegos, he conocido sitios a los que, probablemente, nunca hubiera ido. La Gran Muralla, por ejemplo. O Bondi Beach. Cuántos lugares, cuántos recuerdos y cuántos compañeros para compartirlos.

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Estuve en Londres 2012 en la conferencia de prensa de despedida de Michael Phelps. Él tenía entonces 27 años y dijo, literalmente: “Una de las cosas que siempre tuve claras es que no quería llegar nadando a los 30”. Cuando supe que preparaba su vuelta para Río 2016, sonreí al recordar aquellas palabras, que tomé como lo que son: una prueba de que los Juegos son un virus que te contagia para siempre. Después de unos Juegos vienen otros, y luego otros, y otros más, y si has estado en unos, quieres estar en todos, porque no hay nada comparable. Ni para el deportista ni para el periodista.

La mejor escuela de periodismo